lunes, 24 de mayo de 2010

Fragmentos de una Batalla: Capítulo II

II IMPERTURBABLE


Dando palmas, avanzamos,
punta y tacón y ya volvemos.
Desde niños, hasta ancianos,
con este ritmo nos movemos.

Fragmento de una canción de Dhao


Las sombras recorrían los altos muros del castillo Qüintain, subiendo por sus afiladas torres, estrechas troneras y múltiples arquivoltas casi como si se encontraran dotadas de vida propia. La luz que surgía por sus ventanales y balcones apenas era capaz de contenerlas. Dorada y vibrante, era la de muchos candiles y vela y estaba acompañada de una música tan suave que daba la sensación de que emanaba de ella misma.
En el interior de la fortaleza se celebraba un baile. No uno de los multitudinarios, que en otros tiempos habían reunido a la flor y nata de medio continente, sino uno mucho más reducido, casi familiar. Los músicos, un cuarteto de cuerda formado por algunos de los mayores virtuosos de Dhao, rasgueaban una antigua balada en uno de los extremos del salón. Las lámparas se reflejaban en el suelo de mármol pulido. Los bailarines danzaban con parsimonia, siguiendo los dulces acordes. Nadie cantaba la canción que correspondía a aquella melodía. Aunque todos los presentes la conocían.
En el trono que presidía la estancia, de madera tallada y pan de oro, se encontraba sentada la Señora de Dhao. Rubia, muy hermosa y ataviada con un vestido blanco, entallado en la cintura, con los hombros al aire y mangas abultadas. Dariahn de Dhao observaba las evoluciones de los participantes, la mayoría bajos nobles al servicio de su casa. Una casa antigua que, a pesar de los avatares del destino, había sabido mantenerse a la cabeza de los territorios drashan. Porque Dhao, a pesar de su pequeño tamaño y de su consideración como señorío, era capaz de mirar a la cara a los califatos y reinos sureños y mantener dicha mirada cuanto fuese necesario.
La Señora de Dhao apenas se movía sobre su trono, aunque sus ojos seguían los giros y las elegantes piruetas de las dos docenas de asistentes. Los vestidos de brocado y pedrería destellaban bajo las luces de las velas y los espadines de gala dejaban ver gran cantidad de piedras preciosas, perlas y oro. Inútiles para combatir, allí eran lo apropiado. Entre todos ellos, muy parecidos, uno destacaba en corpulencia. Aunque se desplazaba con envidiable soltura, esta provenía más de su perdurable voluntad que de su gracia personal.
El senescal Winthrop, encargado de guiar las decisiones de Dariahn de Dhao hasta sus esponsales, permanecía muy cerca de ella. No era un hombre mayor, aunque su gesto serio y concentrado y su cabello peinado hacia atrás con abundancia de grasa, le sumaban muchos años. Aquella mueca perpetua no se había apartado ni por un instante de su rostro. Ni durante la cena ni durante las celebraciones posteriores. A nadie le había extrañado y la mayoría había hecho todo lo posible por ignorar aquel aspecto de su persona. El que era habitual en él y que ni la mayor de las fiestas era capaz de cambiar. Menos aún aquella, organizada desde hacía meses y de simple compromiso.
—Señora, debería…
—Permanecer mi lado y sonreír un poco más —le interrumpió la Señora de Dhao—. No os va a doler si lo intentáis.
—Los asuntos de estado son…
—Un tema que trataremos mañana —susurró ella, sin dejarle continuar—. Confío en vos, Winthrop, pero todo tiene un límite. Nuestros invitados no van a ser desatendidos, es lo único que importa ahora. Ya habrá tiempo cuando amanezca. Si vos no os veis capaz llevar a cabo las atribuciones propias de vuestro cargo, deberéis descargarlas sobre los hombros de otros.
La música terminó suavemente y los caballeros y las damas se colocaron en filas idénticas a las que habían formado al comenzar la tonada. Unos instantes más tarde, otra comenzaba. Muy parecida, aunque algo más rápida, ascendiendo por momentos para, luego, descender en un curioso contrapunto. Los danzarines bailaban de nuevo. Los dedos de los músicos volaban sobre las cuerdas, sin detenerse y casi invisibles por la velocidad que les imprimían.
La fiesta seguía, mientras la perdición se acercaba a ellos a pasos agigantados a través de los salvajes bosques del norte y nadie se percataba de que aquel mañana del que había hablado la Señora de Dhao tal vez nunca existiría.

2 comentarios:

Juan D. Ganaza dijo...

En este trozo del texto "Dorada y vibrante, era la de muchos candiles y vela" creo que debería decir velas".

Juan D. Ganaza dijo...

Y aquí: "—Permanecer mi lado y sonreír un poco más" parece que falta una "a" entre permanecer y mi lado.