jueves, 12 de febrero de 2009

Urnas de Jade: Mentiras

Y antes de las Mentiras, recordemos lo sucedido hasta ahora (atención, contiene SPOILERS):


URNAS DE JADE: LEYENDAS


L
a luz del sol hacía mucho que se había ocultado y de ella sólo quedaba un resplandor dorado que parecía negarse a abandonar el aire por completo. En el cielo, las nubes, aborregadas, gruesas y cargadas de lluvia, se deslizaban tapando las estrellas. El viento soplaba frío, del norte, haciendo que las sombras que se agrupaban en torno a la hoguera se uniesen entre sí, acercándose para protegerse unas a otras. Un lobo aullaba a lo lejos, llenando de desazón los espíritus de los allí reunidos. Al menos no llovía, aunque había humedad en el ambiente. Olor a tormenta.

Una de las figuras, más flaca que las otras, se inclinó hacia delante, lanzando una rama entre las llamas. La rama chisporroteó y ardió, haciendo que el fuego aumentara durante unos instantes para, después, volver a su tamaño anterior, medio oculto entre las rocas que lo circundaban. Cuando tanto la sombra como las lenguas doradas regresaron a la calma, el rostro arrugado del que había alimentado el fuego se torció en una sonrisa. Igual que si supiera lo que iba a suceder a continuación.

—¿Podríamos oír otra de esas historias? —preguntó una voz, femenina y joven a su derecha.

—¿De cuáles, amiga mía?

—De las de los tiempos antiguos. De antes de la guerra.

—¿Antiguos? —respondió el anciano, con otra pregunta, dejando escapar entre las palabras parte de su mal humor—. No lo son tanto. Mi mocedad no está aún tan lejana. No como para que la haya olvidado o pueda considerarse que transcurrió en tiempos… antiguos.

—A esos se refería —dijo una tercera voz muy cerca de la otra. Era juvenil también, aunque de varón—. A los que hubo antes de las batallas y las luchas. A cuando usted era joven.

Hubo un largo silencio que el anciano utilizó para ordenar sus pensamientos y darles forma. Sí, él había vivido antes de la guerra a la que se enfrentaban, pero antes de aquella hubo otras guerras. Aunque no iba a hablarles de ellas tampoco, al menos por el momento. Pero sí de su mocedad, de cuando él era como ellos o, si acaso, sólo un poco mayor. De eso les hablaría para que comprendieran lo que pocos sabían. Pero no lo haría como si se tratase de una lección. Había aprendido que hacerlo de aquel modo era la forma más fácil de perder a su auditorio.

—Debéis saber que lo que os contaré sucedió en los primeros años de la llamada Era de las Estrellas —comenzó, tras aclararse la voz con un trago de la bota que tenía a su lado, sobre el suelo—. Tras muchos meses alejados de la civilización y tras librarse de las garras de los demianos, un grupo de aventureros formado por Qüestor Elendhal, Falstaff Vladsörd, Cadhstorn y los hermanos gemelos Jiriom apareció en Fyelan con la intención de dirigir sus pasos hacia el sur, hacia Puerto Agreste. Allí, quien era su fiador les aguardaba en la alta torre que correspondía a lo que representaba. Pues él era el Anciano, el mago vivo más poderoso de Drashur. Un hombre que sabía que el final estaba cerca. Para él mismo y pudiera ser que para todos.

—Creí que nos hablaría de su juventud, no de las leyendas del pasado remoto —le interrumpió la muchacha, con cierto desdén. Cuando las llamas le iluminaron el cabello, éste refulgió rubio, a pesar de la suciedad y las ramitas que llevaba adherido a él.

—Ni leyendas ni pasado remoto —gruñó el viejo, tras rascarse la cabeza por debajo de la capucha que se la cubría—. Todo lo que digo es tan cierto como que quienes nos persiguen están demasiado cerca para mi gusto, que hoy no hemos cenado y que es probable que mañana también pasemos hambre.

»Como decía, en la ciudad norteña se unieron a ellos Delinard Santhor, un joven que se había visto inmerso en un golpe de estado dentro del Gremio de Ladrones, y Sayrene, una mujer por la que Falstaff sentía atracción desde el primer instante en que la conoció —continuó el viejo, retomando su historia—. Pero, antes de poder marcharse hacia la ciudad agrestense, se vieron obligados a enfrentarse con la súbita presencia de Aliento del Desierto, un dragón atrapado por un poderoso hechizo, en una batalla que nos llevaría toda la noche narrar y que no viene al caso.

»Aún así, el destino les era todavía más adverso de lo que pensaban. En su ruta hacia el sur, perdieron a la dama Sayrene a manos de Codan-Gulath, un poderoso no-muerto que era por aquel entonces el centro de las leyendas del Mar de Inath. Una criatura de maldad y oscuridad, incapaz de morir en su elemento y tan poderosa como un ejército —añadió, con un tono tenebroso y opaco, que trataba de ocultar el dolor que le producían aquellas palabras—. De ese modo, tras arrebatarles a la dama, les exigió como rescate que le entregasen el contenido del altar del Dios del Fuego, Craj-Aid-Dal, que se encontraba en Kiramel, la Ciudad Muerta.

—Dioses, no-muertos y ciudades perdidas. ¿¡Y espera que nos creamos lo que cuenta como cierto!? —dijo otro de los integrantes de la compañía, con un tono burlón, desde justo enfrente del
anciano narrador.

Era unos años mayor que los otros, aunque no demasiado, fuerte y ancho de hombros. Sobre sus rodillas reposaba un hacha de mango curvo, en el interior de una funda de cuero adornada con figuras de bronce.

Cuando calló hubo más silencio y, entre la espesura de las colinas cercanas, los lobos retomaron sus aullidos, recordando a los presentes que ellos volvían a ser los dueños de aquellos bosques durante las horas de la noche. La muchacha que había pedido que les entretuviese con sus historias se estremeció antes de acercarse al joven que había a su lado. Las llamas parecieron de pronto menores, incapaces de mantener apartados los peligros que les rodeaban. La luna, el rostro de Haidier, apareció entonces en el cielo nocturno, iluminándoles con su pálida luz y devolviéndoles cierto sosiego.

—Conozco buena parte de esa leyenda, anciano —susurró el que se había burlado, palmeando sus piernas y apretando el mango del hacha con uno de sus puños—. Mi padre me la contó de niño.

—Entonces sabrá que, tras informar de lo sucedido a Taith, el Anciano, y con las noticias de que el rey de Gorimer, pariente de los gemelos, se encontraba en lo que podía ser su lecho de muerte, se vieron obligados a dividir sus fuerzas. Así, Delinard junto con los gemelos Jiriom marcharon hacia Goranna, mientras que el resto de sus compañeros lo hicieron hacia Dhao, señorío del que era originario Qüestor Elendhal y donde pretendía pedir consejo antes de marchar hacia Kiramel.

—Lo sé, como también sé que Grobein no falleció entonces y que sus destinos volvieron a unirse más tarde. —Sonrió, adelantándose a su vez para alimentar la hoguera. Era moreno, de piel oscura y mirada penetrante, todavía más que la de las gentes de los desiertos del sur—. Lo hicieron en Nedai y durante el ataque de los demianos a aquel ducado.

—Sí, pero con la urna de jade que encontraron en la Ciudad Muerta en sus manos. A pesar de todas las adversidades, todavía estaban dispuestos a llevarla hasta la isla de Tidar, donde Codan-Gulath les había indicado que les devolvería a Sayrene. Sin embargo, tenían muchas dudas, pues no conocían todo sobre el origen del artefacto ni estaban seguros de qué fines pretendía llevar a cabo con él el Maldito, ya que habían averiguado que sus actos estaban relacionados con los de uno de sus antiguos enemigos: Ledan de Gülfstend, uno de los Condes de la Gran Sodai.

—Dicen que Codan-Gulath murió al enfrentarse con ellos —añadió el hombre moreno, encogiéndose de hombros—. Que el muchacho, Delinard, le mató. Pero, como todo lo demás, es únicamente un cuento para niños.

—No lo es. Él acabó con su vida en una playa cercana a Portobello, eso puedo asegurártelo —suspiró el anciano—. Tras una dura lucha, también es verdad. Y con grandes pérdidas, ya que la dama por la que suspiraba Falstaff Vladsörd formaba parte de las argucias de su enemigo, de Gülfstend.

—¿Y después? —preguntó la muchacha.

—Después pasaron muchas más cosas. Entre ellas una guerra de la que nadie quiere hablar. Y lo que pudo ser el fin del mundo…

El anciano detuvo sus palabras y alzó la cabeza. Los lobos habían dejado de aullar en la distancia y el silencio de la noche sólo quedaba roto por los crujidos de las ramas al ser azotadas por el viento.

La falsa calma que precede a la lucha.

—Debemos marcharnos —dijo el viejo, con un gruñido bajo la capucha de su capa—. Están en las colinas y avanzan hacia nosotros. La noche va a ser muy larga.

2 comentarios:

Esteban González García dijo...

Me he detenido en lo de "Atención, contiene Spoilers".
Y no he leído más.
Es que me jode saber lo que va a pasar antes de leerlo ;)

dStrangis dijo...

Spoilers de la primera parte, no de la segunda.
Pero me gusta comprobar que alguien lee las advertencias. :D