lunes, 8 de noviembre de 2010

Fragmentos de una Batalla: Capítulo X

X EL HÉROE


Por honor todos marchamos / por honor las armas alzamos.
Por honor la vida perdemos / por honor nuestra sangre damos.

Canción de batalla agrestense


Los soldados verdeazulados se arremolinaban en torno a la brecha, rechazando con largas picas y alabardas los envites de los guerreros demianos. Los hombres del norte, vestidos con armaduras y empuñando espadas y hachas, hacía rato que habían sustituido a los desarrapados esclavos de la primera oleada. La sangre de estos embadurnaba las destrozadas rocas, igual que si fueran ellas las que se desangraban a través de la herida de la muralla. Gritaban, luchaban y morían, y, aunque los soldados dhaitas los retenían sin dejar que sus salvajes huestes se extendieran por las curvadas calles como una marea incontrolable, no podían evitar que avanzaran paso a paso, mientras sus pies retrocedían sobre el pegajoso empedrado.
Entre los soldados defensores una figura se alzaba sobre todas las demás como una banderola viviente. Embutida en una armadura brillante y a caballo, animaba con sus gritos a los dhaitas, exhortándoles a no ceder ni una pulgada. Su voz, potente y animosa, les instaba a atacar con saña, con las palabras de un general bregado en un centenar de batallas y el ánimo de un jovenzuelo en plena justa. Pero gritar no era lo único que hacía, pues, además de dirigir la respuesta de los defensores, parecía encontrarse en todas partes, haciendo uso de su espada donde fuese necesario.
El caballero reía, con su sobreveste hasta entonces impoluto manchado de cuajarones y sesos. Implacable como Falstaff Vladsörd, el sacerdote de Kroefnir que, desde la retaguardia, se abría paso hacia la primera línea, su actitud no podía diferir más de la de este. Como en el baile en el que se encontraba hasta pocos minutos antes, el Barón de Khörs se movía entre la infantería como si se encontrara siempre en el momento y el lugar adecuados. Pues aquel que bramaba y mataba no era otro que el agrestense Belver de Khörs.
La espada descendió en un arco de muerte. El guerrero demiano que debería haberse rendido al toque de Zariez se apartó a duras penas. Aunque no pudo evitar que la amarilla dentadura de la montura del caballero le arrancara media oreja. El norteño aulló de dolor antes de que el retroceso de la espada le alcanzara en plena axila. Cayó con el brazo colgándole por apenas unos hilos de carne, desmadejado y dejando escapar un inmundo chorro de sangre.
—¡Muere, bellaco!
Belver de Khörs sonrió radiante, mientras su caballo reculaba, culebreando entre los infantes y los piqueros con los ollares dilatados. El negro animal, una extensión de su jinete, parecía oler la debilidad y la sangre. Era una auténtica bestia de guerra que no precisaba del uso de riendas para ser guiada. Mordía y coceaba a sus rivales —y en ocasiones a sus aliados— sumergiéndose en la batalla con idéntico entusiasmo que su dueño., con una elegancia incuestionable a pesar de su brutal comportamiento.
—¡Adelante, que no pase ni uno!
Una saeta silbó junto al noble y su expresión cambió de la alegría al desconcierto y al enfado. Él era un hombre de honor y quienes se atrevían a atacarle con armas tan despreciables unos meros cobardes. Aunque debía reconocer que en las actuales circunstancias tenían una buena ventaja. Junto con los guerreros de a pie vomitados por la sangrienta herida de la muralla una docena larga de ballesteros. Varios más abrieron fuego contra las tropas que le rodeaban y varios dhaitas cayeron a su alrededor. Uno de los proyectiles rebotó en el escudo del sacerdote vestido de blanco que combatía a pocos pasos de él. El hombre santo, Khaelys, frunció el ceño antes de seguir combatiendo.
Varias flechas, aquellas en sentido contrario, hicieron que dos de los ballesteros. Los propios arqueros de Dhao, famosos en muchas millas a la redonda, se reagrupaban. Los demianos supervivientes se echaron al suelo, buscando la cobertura de los escombros. Algunos lo consiguieron. Otros no. Para Belver, aquello equilibraba las cosas. Al menos un poco.
—¡Contenedlos! —gritó el barón, mientras clavaba los talones en los flancos de su montura.
Los cascos del caballo de batalla, como platos soperos, se levantaron en el aire. Las luces de las antorchas y las lámparas se reflejaban en su armadura y su espalda, las picas se alzaban a su alrededor, como un bosque. Una escena digna de un cuadro.
Sólo faltaba un relámpago destellando en el cielo nocturno.
Aunque sí había uno que provenía de las manos de Galkor, el sacerdote de Demosian.

3 comentarios:

Luisa dijo...

Hola, David.
Creo que a estas alturas de la contienda debo darte las gracias por regalarnos estos Fragmentos de una Batalla. Es justo y necesario. Los estoy paladeando como una niña chica pegada a un escaparate de golosinas. Entran por los ojos.

Un saludo.

dStrangis dijo...

Muchas gracias, Luisa.
Espero poder mantener el ritmo, aunque ya no queda demasiado para el final. Entre 5 y 10 capítulos más, según vea cómo avanza la acción.

José Luis dijo...

Esta bueno muy bueno, David.